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El caído

El caído 

© Alejandro Abate. Septiembre 2015.

Angel caídoLo vi en la tarde sombría, como si se desprendiese del cielo. Yo iba distraído, sorteando a los pocos transeúntes, el frío de la última hora, rondaba ya las veredas, con sus hojas caídas y su crepitar. Él estaba entre los ruidos, herido, quizá malherido.  Inmóvil y en silencio.

No supe bien por qué, me recordó a aquel caballo muerto de Tuñón; al ángel caído de Oliverio y también a aquel perro de Spinetta, que tiraba y tiraba ladrándole al sol y meando en  su cadena.

Pero éste ya no ladraba, ni gritaba ni nada. Yacía solo, hincado ante la tarde, ante lo inevitable, con las venas adheridas al espanto, al asfalto, con sus crenchas caídas. Lo supuse, lo imaginé casi sin querer verlo, negándolo: ese pobre vencido, fue un obrero, un poeta,  un hermano del pájaro, un hermano del perro, otra vez el hermano caballo, que anduvo bajo el sol, que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos tirando de los carros con los ojos cubiertos.

Escuché que alguien, se conmiseraba y decía: “Llamen una ambulancia”. Oí que otro, mucho menos piadoso vociferó: “No, mejor llamen a la policía”.

La gente empezó a retirarse, poco a poco. Quedaron contemplándolo algunos curiosos.

Antes de irse, alguien volvió a repetir lo de la ambulancia, y otra vez el eco del otro, el de la policía.

Hubo una tercera voz que susurró algo: “Déjenlo, es sólo un ángel. No le ven los ojos de santo, y su piel casi azul, de tan blanca”.

Igual nadie escuchó mi voz ni reparó en mí. No podían y ni era necesario verme.

Ninguno de los que quedaron se acercó, y yo, yo que no creo en nada ni en nadie, me agaché ante él. Me acerqué y acomodándome a su lado, se me fue la mano sola hacia sus cabellos, duros, ruinosos. No fue una caricia, sólo un tanteo, una aproximación para poder confirmar que  también estaba muerto.

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Este relató se construyó en base a versos de los poetas: Oliverio Girondo (Aparición urbana); Raúl González Tuñon (El caballo muerto); Luis Alberto Spinetta (Hermano perro)  y Raúl García Luna (Marina).

Agradezco la colaboración del periodista y escritor (e incipiente amigo) Andrew Graham-Yooll, que me indicó algunas correcciones para este texto.

N. del A.