Yeso. Un cuento casi a dos manos.

Yeso

Finales de Diciembre de 2018

-Un tropezón no es nada -dijo en forma de chiste malo la primer persona que se acercó para ayudarla a levantarse.

Se había caído estúpidamente. Trastabilló con alguna irregularidad en la vereda y de golpe ya estaba en el suelo. Se había salvado de no romperse la cara por unos centímetros. Entre la gente que la ayudó a levantarse había un  tipo que dijo ser médico. El hombre dirigió la operación de levantarla entre los dos primeras personas que se acercaron ni bien cayó.

Cuando estuvo de pie, el que dijo que era médico; le preguntó si se sentía bien. Ella estaba un poco aturdida por el susto pero no sentía ninguna sensación de mareo.

-Me duele mucho la mano que apoyé primero -le dijo al médico. El tipo mientras la acompañaban a sentarse en una silla que habían sacado de un negocio, le fue tocando suavemente la muñeca y le dijo que a él le parecía que no estuviese quebrado nada, pero que lo mejor era hacerse una radiografía lo antes posible.

Cuando estuvo sentada, le trajeron también un vaso de agua, y cuando buscó con la vista al Doctor, ya no lo vio más. Seguro que se había ido para no tener ningún problema, pensó.

La mujer que la había asistido después de la caída, le preguntó si quería que llamase a alguien. Lo hizo sacando su móvil de la cartera.

-No gracias, no se moleste, ya llamo a mi marido. No vivo muy lejos -dijo sacando con la mano sana el celular de su bolso.

Cuando el marido atendió, como era de esperar, se puso ansioso y se le trababa la voz:

-Cómo te caíste… te lastimaste algo más que la mano. Cómo están tus piernas -vociferaba por el teléfono.

-No, no te preocupes, no tengo más que la mano izquierda un poco hinchada. Vení con el auto que encima estoy muy cansada. No te hagas mucho problema y acordate de encerrar a los chicos cuando abrís el portón a ver si se escapan… Dale, te espero tranquila, no corras que no es tan grave.

Desde que había tenido aquel desgraciado accidente unos años atrás, cada vez que a ella le dolía algo, su marido lo relacionaba con ese hecho. Ella lo entendía, porque de alguna manera le pasaba lo mismo.

La mujer que la acompañaba mientras llegase su marido, le preguntó si creía poder pararse, a ver cómo andaba. Ella dijo que se sentía bien, y para comprobarlo se paró y le dijo a la mujer que podía retirarse si lo necesitaba, -enseguida viene mi marido a buscarme.

-Bueno, me voy, porque se me está haciendo tarde para ir a buscar los chicos a la escuela. Espero que ande bien y que no sea nada lo de su mano.

Ella le agradeció mucho y hasta se dieron un beso al despedirse.

-Mire, -le dijo ella a la mujer cando se estaba yendo -ya llegó mi marido, muchas gracias otra vez y le señaló el Peugeot que estaba estacionando.  Sin hacerse mucho problema, agarro la silla que le habían alcanzado desde el negocio, y dando unos pasos la dejó en la puerta saludando a los dueños. Les hizo adiós con la mano derecha y fue hasta el auto. El marido que ya había bajado, le abrió la puerta y rápido volvió al sitio del conductor. Cuando estuvo sentado le preguntó cómo era que se había caído.

-Me caí… me tropecé como le puede pasar a cualquiera en estas veredas de mierda. Me caí y ya está. Vamos a la clínica… no perdamos tiempo con preguntas. ¡Qué le vamos a hacer!

Cuando al rato después de estacionar en la puerta de la Clínica, por suerte al entrar a la guardia de traumatología, como no había nadie, los atendieron enseguida.

La traumatóloga era una mujer joven. No pasaba de los treinta años. Ella pensó que le hubiese gustado que la viese alguien con algo más de experiencia. Pero ni bien la médica comenzó a hablar y a tocarle la muñeca izquierda, se dio cuenta que la trataba con seriedad y profesionalidad. No hablaba mucho. En cierto momento le hizo presión en el área cercana al dedo pulgar, y ella sintió un dolor bastante agudo.

-Duele, ¿no? -preguntó la doctora

-Sí, bastante.

-Bueno, es lo de práctica. Primero hacemos la radiografía, y luego seguro que nos vemos en la sala de yesos. Tiene una fractura simple de muñeca, pero fractura al fin. Escribió algo en un recetario de la clínica,  y le dijo que se dirigieran al tercer piso, que ahí la iban a estar esperando.

-Le van a dar la radiografía enseguida. O sea que me la trae. Toque la puerta si estoy atendiendo que interrumpo y la vemos igual.

Al rato de hacer la radiografía y esperar afuera para que se la dieran, y ya con un dolor insoportable y el sobre de la radiografía, volvieron al consultorio de la traumatóloga.

La doctora los hizo entrar sin hacerlos esperar mucho. Abrió el sobre, miró el informe y después prendió el aparato para ver las radiografías. Le enseño a ella y a su marido señalándole con el dedo:

-Ve, aquí está la fractura. -y guardando la placa en el sobre les dijo que la esperasen en el consultorio  contiguo al de ella. Los hizo salir por la puerta, y ni bien salieron y se dirigieron al otro consultorio, sin dejar de ver que en la puerta decía «Sala de Yesos», vieron a la doctora. Al entrar casi sin darse cuenta ella se puso a pensar con no poca tristeza en su accidente anterior. Otra vez un maldito yeso, pensó.

No tardaron mucho en hacerlo. Por suerte, el yeso ocupaba desde la muñeca, hasta la punta de los dedos.

-Durante el día de hoy, no mueva mucho los dedos -dijo la médica, y agregó:

-Véngame a ver la semana que viene. Al ser la fractura muy chica, creo que en treinta o cuarenta días lo podemos retirar y luego seguir con una venda.

Les dió un beso a ambos y les deseó felices fiestas.

Cuando caminaban por el pasillo de salida de la clínica, ella iba pensando que precisamente con ese yeso, sus fiestas no serían muy felices.

Cuando llegaron a la casa y el marido metió el auto en el garaje, paró el motor y le dijo a ella que lo esperase a que él la ayudara a bajar. Ni bien dio vuelta por delante del auto, ella ya había abierto la puerta…

Entraron al living, y ella dijo que prefería sentarse un rato en el escritorio. Él le dijo que se daba un baño rápido, porque con los nervios que había pasado con este tema, se sentía muy transpirado.

-No tardo nada -dijo él, -quedate tranquila ahí que enseguida vuelvo y te preparo un té y comemos algo si querés -eran cerca de las dos de la tarde y ella no sentía ningún hambre.

-Está bien- dijo ella, -abrile la puerta a los chicos que hace calor y en el patio ya está dando el sol.

-Sí, ya voy, pero que no te molesten.

-No me molestan -dijo ella cortante. Estaba como enojada con el mundo. Se miró la mano y se dio cuenta que durante los cuarenta días que tendría esa porquería que le aprisionaba la mano, no iba a poder hacer gran cosa.

Cuando llegó Negrita(*) y subió sus patas delanteras a la falda de ella, empezó a olisquear el yeso que aún estaba fresco. Ella le acarició la cabeza enrulada y se acordó de Livia(**).

Tigre(*)ya estaba refregándose y maullando entre sus piernas. Desplazó a Negrita y se sentó en sus faldas, mirándola a los ojos como hacen los gatos.

Ella no pudo menos que también acordarse de Ulises(**) y de su otra vuelta del sanatorio.

Tanto la perra como el gato, se dieron cuenta que a ella se le escapaban las lágrimas.

NOTA DEL AUTOR

(*) Negrita y Tigre son nombres inventados de las mascotas de «ella».

(**) Livia y Ulises son dos mascotas que ya no están por aquí, pero sí estuvieron cuando «ella» había tenido ese horrible accidente unos años atrás.

(Para más datos, leer en este mismo blog, el cuento «Greta y yo».)

Victoria E. Martínez: Pensamiento  – Alejandro Abate. Escritura.

Deja un comentario