Substitutos

Substitutos

© Alejandro Abate. Noviembre 2014.

Y si hablas así, a un butacón
en la oscuridad de la habitación:
verás lo cruel, que es la soledad.

Gilbert Bécaud

 Cuando estaba dándole el último sorbido al mate, dudó en encender el televisor o ir hasta la computadora que ya estaba encendida. José, su hijo, le había aconsejado que la dejase prendida: “Con el protector de la energía, casi no gasta corriente” le había dicho. Él le había regalado la notebook y poco a poco había ido aprendiendo a usarla.

Dejó el mate sobre la mesa, apagó la luz de la cocina y se dirigió hacia el living. Ahí tenía la computadora. Sobre la mesa del viejo y anterior televisor, se había armado un escritorito. Tenía también dos parlantes conectados, y un block de hojas rayadas donde iba anotando todo lo que José le iba explicando.

Le dio un golpecito al “mouse” y la pantalla se encendió. Entró a la casilla de mails para ver si alguien se había acordado de ella: ningún mensaje nuevo. Cerró el Google e hizo deslizar el mouse hasta el acceso directo que José le había armado para que entrase directamente a Facebook. Cada día que pasaba, se hacía de algún “amigo nuevo”. Buscaba noticias en los diarios y también ella “publicaba” algo sobre algún tema de interés, y le gustaba mucho si se generaba alguna polémica. A veces, se embroncaba mucho con los comentarios que ponían algunas personas, que aunque no fuesen “amigos” de ella, se metían en eso que ella no sabía bien por qué le decían “el muro”.

Pelusa, el gato, también se subía al escritorito y se acostaba al lado del “pad mouse” y se quedaba dormido mirando la pantalla. Algunas veces, el gato se estiraba tanto que no le permitía mover el mouse hasta donde ella necesitaba. José le había dicho que tenía que aprender a usar el mouse incorporado de la notebook, pero ella no la embocaba.

– ¡Correte che! –le dijo al gato. Pelusa apenas abría los ojos, y desde esas dos ranuritas, la miraba fijo.

– ¡Miauuuu! –dijo el gato y luego de un gran bostezo, siguió durmiendo.

A ella, de todos modos, le gustaba cuando el gato estaba cerca. Se había transformado en su única compañía hogareña. Pelusa y también el Facebook, y sus “amigos”.

Apartó un poco la mirada de la pantalla y miró a su alrededor: No había cambiado ni una cortina, ni corrido los muebles de lugar. Y ese olor a naftalinas que siempre ponía detrás de las puertas. Todo estaba igual, excepto el televisor nuevo en su dormitorio y el aparato de aire acondicionado que José le había regalado el verano pasado para su cumpleaños. El mantel de la mesa floreado, por más que le había puesto un plástico por encima, lucía descolorido desde que Roberto había muerto.  No había cambiado nada, y ella, así lo prefería.

Roberto se había quedado ahí, aunque su corporalidad no estuviese, seguía ahí: o sentado en la mesa del living leyendo el diario, o mirando los partidos en aquel viejo televisor, que como él, ya no estaba más. Su hijo, le había comprado uno de pantalla plana, y lo había adosado a la pared, encima de la cómoda en su dormitorio. Igual, ella miraba muy poca televisión. Roberto siempre miraba los partidos, toda la tarde de los domingos se la pasaba sentado en el living, y así lo recordaba e imaginaba ella.

Amigos en Facebook”, volvió a pensar. Como si nos conocieran de siempre. Chateaba con gente que era de Uruguay, de España, de Perú, algunos de Argentina, e inclusive de Buenos Aires, pero lo cierto, es que lo que sólo conocía de toda esa gente, era alguna fotito que casi ni se veía en el “perfil”, y alguna que otra que publicaban. Cuando venía José, ella le pedía que le sacara algunas fotos: en el patio, alzando a Pelusa, regando las plantas, sentada en el sillón. Las quería publicar en su “Biografía”, así sus amigos le conocían la cara. Y a raíz de esto, pensaba en el porqué se llamaba así: “cara de libro”, mal traducía. Algo tendría que ver con el poderse conocer las caras…Pero lo de “libro”, no llegaba a interpretarlo.

Desde que tenía el Facebook, pasaba largas horas, alternando, mientras hacía las cosas de la casa, conectándose y mandando mensajes a sus “amigos”. Había gente que publicaba cosas interesantes, pero la mayoría, no pasaba de subir fotos de los hijos chiquitos, los nietos, o las mascotas. “Quizá a este sito habría que cambiarle el nombre por el de Lonelybook”, se dijo en voz baja.

Después, se hizo la comida: unas berenjenas asadas a las cuales les había agregado un poco de cebolla, queso y orégano. Comió sentada en el banquito verde de la cocina. Tomó una copita del vino que le había sobrado del domingo cuando había venido José con su novia.  Cuando terminó, levantó las cosas de la mesa y las deposito en la bacha de la pileta. No tenía ganas de lavar. “Total, quién me va a reclamar algo”, pensó.

Cuando fue para el dormitorio, el gato ya estaba sentado sobre la colcha, esperándola.

– ¡Qué haría yo sin vos! –dijo. Pelusa paró las orejas y la miró a los ojos. Se acercó a ella para que lo acariciase, dando vueltas cerca de ella y con la cola parada.

Se metió en la cama y en forma  instintiva tomó el control remoto de la mesa de luz y encendió el televisor. No quería ver noticieros ni programas sobre actualidad y política. Por eso subió los canales hasta después del número treinta y cinco. Hizo zapping hasta que en Films & Arts encontró una serie que la distraía. Miró por un rato con poco interés.

Y por qué tendré que distraerme, pensó. Enojada consigo misma, apagó el televisor y calzándose las pantuflas fue hasta el living a buscar algo para leer. Cuando volvió, Pelusa estaba sentado en la punta de la cama, inquieto, con el cuello estirado y las orejas erguidas.

– ¿Qué pasa, no me puedo levantar sin que vos me estés controlando? –Lo increpó al gato en voz bastante alta, – ¿o te tengo que pedir permiso? –volvió a meterse en la cama, abrió el libro por la marca donde había dejado la lectura y comenzó a leer.

No podía concentrarse. Se le nublaba la vista.

Los dos gotones cayeron sobre la sabana, uno después del otro. Pelusa le acercó el hocico y empezó a ronronear. Ella le dijo “lindo, bonito”, y le rascó la cabeza entre las dos orejas, mientras que con la palma de la otra mano se secaba los ojos. Después apagó la luz para esperar que le viniese el sueño.

2 comentarios en “Substitutos

  1. Min

    Muy actual!! Sin embargo me entristece porque en el caso de esta mujer, ella sustituye al ser amado que ya no está, y esto también sucede entre parejas, matrimonios, donde ambos están vivos y no se dan el espacio para compartir tantas otras cosas.

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