Hijo jugando en la arena

© Alejandro Abate. Enero 2020

Luego de acomodar la sombrilla, desplegar las sillas y vaciar la bolsa de los juguetes, se sienta en una de las sillas y vuelve a mirar a su hijo que se dispone a jugar en la arena. Le encanta hacer pozos y luego taparlos. Algunas veces llena uno de los baldes de arena, y como él le enseñó, los da vuelta y admira por un rato el molde de arena mojada.

Una, dos, y hasta tres veces. Pero lo que mas le gusta es sólo hacer pozos y luego taparlos. En forma empecinada.

Rara vez algún otro chico se acerca e intenta jugar con su hijo. No es lo común, pero algunos vienen  a ver qué es lo que hace, e invariablemente, cuando esa curiosidad desaparece, vuelven hacia sus carpas o sombrillas. Él ya está acostumbrado.

Cuando el hijo deja de jugar, lo lleva hacia el mar, y si las olas no están muy revueltas, se meten en el agua para sacarse el arena pegada por todo el cuerpo. Después, vuelven hacia la sombrilla y las sillas y el hijo sigue jugando. Eso transcurre por la mañana, el tiempo pasa así. Por la tarde, cuando viene con su mujer, se van turnando entre los dos para llevar al hijo hasta el agua para limpiarle la arena.

Este rito del juego en la arena, los baldes de plástico y los moldes de animalitos, se repite hace más de quince años, cuando eligieron este balneario de la costa atlántica.

Él y su mujer van renovando cada verano los juguetes. Al principio, cuando el hijo tenía la edad de un niño, les parecía como una doble carga tener que ocuparse de esas y otras cosas más. El hijo fue creciendo y con el transcurso del tiempo, ocuparse de él tan intensamente fue como un aprendizaje. Los años y el cariño fueron aplacando toda idea absurda, todo dolor, todo porqué a nosotros.

Recuerda perfectamente el día que un nene de una carpa vecina, luego de observar a su hijo cómo jugaba en la arena, le preguntó a los gritos a su padre que estaba tomando sol a pocos metros, por qué el nene que juega en la arena tenía los ojos achinados.

Se acuerda ahora que el padre del chico, se acercó y le pidió disculpas. Vio cómo son los niños, le dijo con vergüenza llevándose a su hijo hacia su carpa. Él quedó confundido, sin saber qué decir.

Pero esa y situaciones parecidas ya habían dejando de confundirlo, de tocar su lastimadura. Tanto a él como a su mujer, ya no les causaba ninguna sensación. Estaban acostumbrados.

Ahora vuelve a llevar a su hijo hacia el agua, para que se limpie la arena. Mientras regresan, mira a su hijo y se pregunta una vez más a sí mismo qué pasará cuando él y su mujer ya no puedan venir a la playa. Es una pregunta que se hace a menudo. Cada vez que se hace esta pregunta a sí mismo, al rato deja de pensar. Deja que el tiempo corra como ha corrido hasta ahora y se sienta en la silla para distraerse con el diario, aprovechando que hay poco viento en la playa. De a ratos, como siempre, mira a su hijo.

Mira a su hijo jugando en la arena.

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