Micro relatos

Responsabilidades

Llevaba una vida de modesto estudiante en San Petersburgo, hasta que aquel absurdo asesinato lo terminaría condenando a la cárcel. Luego de largas cavilaciones, Rodia interpretó que alguien lo había estado narrando.

Cuando finalmente dio con Feodor, lo increpó:

–¡Serás el responsable de que termine mis días en un horrible calabozo!

Feodor lo miró impasible y objetó: –Fuiste tú el que tomó el hacha y le partió el cráneo a la vieja.

–Sí, seguro –aceptó Rodia con tristeza–, pero fuiste tú el que la puso en mis manos.

Crítica de la economía política

Por gracia divina Algunos pocos obtuvieron las tierras y sometieron a Muchos a cultivarlas. Esos Muchos sólo tenían sus manos y la voluntad.

Algunos han sido siempre ricos. Muchos, son pobres. Siempre.

Lo que pasó después, Unos lo entendieron eternamente, Otros no. Así, a través de los años y por desgracia divina.


Pantalones cortos

   Se descompuso en el aula y lloró. La maestra lo llevó a la dirección, así la secretaria llamaría a su casa para que lo fueran a buscar. Al llegar la Directora y enterarse del suceso, se acercó al alumno y le dijo que se sentara a esperar, que ya en un rato llegaría su madre.

    –Prefiero quedarme parado, –dijo el niño sollozando.


Instrucciones para acomodar tu cara

Empieza por mirarte al espejo y con muy buena luz.  Retírate los anteojos, sombrero u otro arnés que lleves encima.

Limpia bien tu cara utilizando un trapito de felpa humedecido levemente en una solución de agua con lejía al diez por ciento. Así, le sacarás el polvo y esa pátina de tristeza que se te acumula sobre todo bajo los ojos. Repara lo que necesite ser reparado en tu rostro antes de continuar con la limpieza

Utiliza una lija del grano más fino que consigas en las casas del ramo. Si la lija no fuese suficientemente fina, te lastimaría aún más el rostro de las impurezas que ya tiene acumuladas.

Emula una sonrisa en el momento del lijado. De esta forma irás viendo cuán ajado está tu rostro en el sitio de la alegría.

Quítale las máculas e imperfecciones que se acumulan en tu frente fruncida. Si fuese necesario, utiliza una prestobarba donde haya acumuladas puntos negros y angustias históricas.

Cuando la superficie está limpia y suave, intenta buscar en el botiquín alguna crema que haya quedado olvidada. Lee primero las características del ungüento, por si acaso se tratara de algo que no fuese una crema facial, sino algo extremadamente astringente.

Continúa tratando que la boca se abra en una sonrisa y que muestre tu dentadura amarilla de tabaco, hastío y dolor.

Repite la operación dos o tres veces por día.

Si al final de la jornada tu rostro sigue igual, busca en el otro botiquín y clávate un rivotril de 10, aunque su fecha de vencimiento sea de cuando aún simulaban felicidad.

Luego, paciencia.


Juegos y literatura (1)

Horacio Oliveira empezó a caminar por la Rue Rivoli, hacia el Pont d’Arts. Su idea era ir hacia el barrio Latino a ver si se encontraba otra vez con Lucía. Todavía no la había apodado.

Antes de llegar al puente, decidió bajar hacia la pasarela junto al Sena para cruzar los puentes por debajo de las arcadas. Ahí se cruzó con la Clochard y todo terminó mal.

No encontró a La Maga, sólo que a la mañana siguiente, despertó en la comisaría. Entonces, volvió hacia el lado de acá.

(1) Micro relato donde juega la «Intertextualidad». En este caso sobre la obra Rayuela, de Julio Cortázar.


Locura y amistad (2)

El gordo sobre el rucio, sigue cabalgando. El flaco, con el peto flojo detuvo un momento su marcha, mirando hacia los brazos que giran sobre el firmamento.

-Vamos hacia allá -dice el flaco, con su lanza levantada y espolea su caballo.

El otro, como siempre, lo sigue detrás.

(2) Ídem anterior. En este caso la alusión es a la obra capital de Miguel de Cervantes Saavedra: El Quijote de la Mancha.


Omnisciencia (3)

A las a las doce y cuarenta y cinco se va a matar. Son ahora exactamente las diez y nueve minutos.

A las doce y treinta y nueve se arrodilla al lado de la biblioteca y del estante de abajo saca la caja de la Luger y abriéndola, mira su empuñadura.

Recuerda que tiene un montón de monedas en los bolsillos, y seguidamente se mira en el espejo de hall.  Ha encontrado tres monedas de cincuenta y las va a desparramar en el cenicero grande. Revisa otros bolsillos y encuentra dos más. Las junta  cuidadosamente al lado de las otras. Dos pesos con cincuenta, piensa y se queda tranquilo por un rato. Solo por un rato. Luego se siente mal sin saber bien qué es lo que le pasa. “Me siento raro”, piensa.

¿No estaré loco yo?, especula otra vez. De ninguna manera. No está loco. Sólo que no sabe todavía que se va a matar.

Así sigue hasta las doce y treinta y nueve cuando se arrodilla al lado de la biblioteca y encuentra la Luger. Sin saber bien qué hacer. Porque a las doce y cuarenta y cinco se va a matar.

Él no lo sabe.

Pero yo lo sé.

(2) En este caso el tema de la «intertextualidad» no es una condición única, dado que el texto funciona sin ser necesario la alusión a algún texto específico. Igualmente, está basado en un maravilloso cuento de Isidoro Blastein: «La puntualidad es la cortesía de los reyes.