Revancha

©. Alejandro Abate. 2006/2016

Ha llevado los platos con restos de comida  hacia la mesada de la cocina y los ha depositado en la ya alta pila semanal. En  algún momento los lavará. Después al regresar  a la mesa y sentarse, se ha puesto a pensar que aún tenía algo de hambre. Por eso ha corrido los libros y los diarios que conviven sobre la mesa y atrajo la fuente de la fruta.

Ha descartado las manzanas y las peras, pero se puso a observar una fruta de ombligo prominente y de cáscara porosa. Le atrajo mucho el brillo que tenía. La tomó entre sus manos y dándola vuelta entre sus dedos siguió observándola.

Fue hacia el cajón de los cubiertos y eligió una cuchilla de hoja corta pero filosa, como si eligiese una daga para matar.

Volvió otra vez a la mesa y con ahínco tomó la fruta con la mano y haciendo girar el cuchillo en forma lateral,  con la otra mano la fue dando vuelta. Fascinado, vio cómo la víbora anaranjada caía en un solo cuerpo sobre el plato. En la operación, se ha manchado las manos y como pudo, tratando de no  ensuciarse los puños de la camisa, pretendió arremangarlos. Se ha dado cuenta que es casi imposible. Para colmo, un poco de ácido le salpicó los párpados y sintió que poco a poco le fue entrando en los ojos. El ardor le ha hecho lagrimear y empezó a ver la fruta borrosa. De todos modos, la siguió pelando y desgajándola.

Luego, dejando caer el cuchillo sobre la mesa comenzó a apartar los gajos entre sus dedos y con desesperación fue introduciendo los trozos en su boca. Ha comenzado a masticarlos y también se dio cuenta que se ha chorreando el mentón. Algunas gotas le salpicaron el cuello y la pechera de la camisa. Con un gesto de fastidio ha tratado de limpiarse con una servilleta que por milagro está limpia: no ha servido para nada.

Siguió masticando a grandes mordiscos y  el gusto entre sus dientes le ha resultado amargo. Sintió que el zumo bajó por su garganta y continúo el curso hacia su estómago. Hasta que la tragó por completo. Apoyando los codos sobre la mesa, descansó el mentón sobre sus puños cerrados. Sintió los dedos pegajosos. Ahora ya no tiene más hambre. Ha concluido.

Al rato, haciendo arrastrar la silla  hacia atrás en forma brusca, se levantó y bamboleándose por el pasillo se dirigió hacia el baño, donde sin encender la luz y doblando su cuerpo en dos frente al inodoro, ha vomitado.

Revancha Ilustración: Nicolás Abate.

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