Sol en la ventana

© Alejandro Abate. 2021

Desde el lugar donde se encontraba su cama, veía sólo una parate del ventanal. Una mampara le ocultaba el resto. Por la mañana temprano, había notado hace ya unos días que el sol se colaba por el único vidrio que no era esmerilado. Eso le hacía bien. Desde que le habían retirado el oxígeno se dio cuenta que estaba más tiempo despierto.

Se le había ocurrido que, si deslizaba un poco la cabeza sobre la almohada, podía divisar un rato más de sol. También podía pedir que corrieran la cama hacia la derecha, pero tanto los médicos como las enfermeras, sobre todo las enfermeras, sólo se detenían un instante al lado de su cama, miraban el aparato para medir el oxígeno que tenía prensado en el pulgar derecho, y se retiraban enseguida. Está todo bien, apenas decían. No se atrevía entonces a pedirles eso.

En esa sala había cuatro camas, todas con sus instrumentos sobre la cabecera y a los costados los tubos de oxígeno. La cama de él ya no tenía el cilindro todo despintado y con las mangueras colgando.

A la mañana siguiente, juntó coraje y se animó a hablarle al médico que hacía la ronda matinal. Con el leve hilo de voz que le salía, le pidió al médico si podían moverlo hacia la derecha. El doctor, como única respuesta le hizo un gesto con la mano y le volvió a decir, como lo hacían las enfermeras, que estaba mejorando y se fue hacia otra cama.

Pasó el resto de la tarde, entre dormido y lúcido, sin distinguir bien cuál era el momento del sueño o de la lucidez. Le habían sacado su teléfono móvil y no tenía ni idea en qué día de la semana estaba.

Algunas veces creyó ver a su hija que se asomaba detrás de la mampara que le tapaba la mitad del ventanal, pero no estaba seguro si es que lo había soñado.

Ese mismo día le dieron en la cena un trozo de pollo hervido con un puré de calabaza. Le habían cambiado la dieta por algo más sustancioso de lo que recordaba que venían dándole. Se sintió bien.

En medio de la noche, con la sala en penumbras, se dio cuenta que estaban moviendo a alguien. No quiso mirar, sin embargo, percibió que la camilla estaba toda cubierta. Luego se durmió profundamente.

Se despertó con el sol en la cara y aunque lo encandilaba sintió una gran placidez. Alguien había movido su cama.

Al rato vino el médico del día anterior, y le comentó que lo notaba mucho mejor. Le hizo un guiño y le levantó el pulgar.

   –En un instante te hacemos el PCR –dijo–.  Y si todo está bien –continuó– mañana ya te podrías levantar.

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