Reflejos

Reflejos

© Alejandro Abate. Junio 2015

   Cuando la enfermera de la noche venía a cambiarle el suero, al retirarse dejaba la puerta entreabierta. Desde esa posición podía ver gran parte del office y ambos pasillos, a través del espejo que había en el ángulo entre el corredor de acceso a las habitaciones laterales y la entrada a la enfermería.

Al amanecer, las fosas nasales le ardían antes que el personal de limpieza comenzara a fregar los pisos de los pasillos. Al llegarle el turno a su habitación, él preguntaba si podían sacarlo al corredor en una silla de ruedas, pues no soportaba ese olor. De esa forma fue que pudo visualizar un  poco más ese exterior que cuando lo veía por el espejo.

Luego, a eso de las siete y media de la mañana, sentía ese rumor de cubiertos y de platos en bandejas, voces y parloteos donde se preparaban los desayunos. El aroma a cocina de hospital era inconfundible. Él corroboraba todo mirando su viejo reloj inoxidable con malla de cuero negra. Por suerte, le habían permitido conservarlo puesto.

Durante el día, las enfermeras y visitas, siempre cuidaban de dejar la puerta de la habitación bien cerrada y no le quedaba más remedio que mirar por la ventana una porción de cielo y paredones en distinto estado de deterioro, o darle vistazos a la televisión: sólo luces y colores que cambiaban en la pantalla y de fondo un extraño murmullo.

Por las tardes y día por medio, venía una de sus hijas y le traía masitas o facturas que él no podía comer. Las visita no duraban mucho más de media hora y apenas hablaban de cómo se sentía y qué iba a hacer cuando saliese del sanatorio. Luego, las mucamas de la tarde se  llevaban las medialunas junto a los restos de su escasa merienda. Todo pasaba muy rápido y él se sentía siempre como en una nebulosa.

Lo habían operado hacía ya más de cinco días, pero él se notaba ausente. Como dormía de a ratos, por las noches el sueño desaparecía. El doctor que hacía la ronda a eso de las ocho y media, le dijo que si no dormía bien podía agregarle alguna medicación.

–No, doctor, ya tomo bastantes –dijo sentándose en la cama – ¿no le parece?

El médico dijo que cualquier problema le avisara, y con una amplia sonrisa le dio una palmada en el hombro y le comentó que todo estaba bien.

En el silencio de las madrugadas, se entretenía mirando por la puerta entreabierta lo que se reflejaba en el espejo. De la primera noche después de la operación, como estaba aún bajo los efectos de la anestesia, recordaba haber visto a un hombre sobre una camilla que se movía sola. No tenía muy clara la visión y le pareció que el hombre empujaba la camilla con sus propias manos, deslizándolas por las paredes.

Algunas veces, en medio de ese silencio, hasta escuchó quejidos que venían de la habitación cercana  a la que ocupaba.

Al sexto día, el cirujano le dijo que estaba todo bien y que en pocos días le darían de alta:

–Hoy vamos a empezar a caminar, amigo –dijo el médico –y si se siente bien –agregó –en unos días más se vuelve para su casa.

Él agradeció con una sonrisa condescendiente y dijo que igual aún se sentía un poco débil.

–Bueno, fue una operación importante –aclaró el doctor –con las caminatas y los ejercicios, en dos días ya va a andar mejor. Luego le dio la mano e indicándole algo a la enfermera que lo acompañaba se fue y cerró la puerta tras de sí.

Ese día, empezaron los ejercicios y las pequeñas caminatas, primero por la habitación, y cuando vino su hija, la enfermera le enseñó a acompañarlo. Dieron una vuelta que a él le pareció excesiva. Ahí tuvo la magnitud real de lo que eran los dos pasillos: contó doce habitaciones, tres por cada lado de los dos corredores. También vio mejor el hall de entrada y el office de las enfermeras.

Esa noche quedó exhausto y cuando apagaron las luces principales, se durmió en forma profunda.

Un chirrido que venía desde afuera de su habitación, lo despertó sobresaltado. Sentado en la cama tomó sus anteojos, se los colocó y observó el reflejo en el espejo: una camilla rodaba sola por el corredor. No vio que nadie la empujase. Había un cuerpo todo cubierto por una colcha blanca. Avanzaba despacio por las penumbras. Un brazo inerte colgaba fuera de las mantas casi tocando el piso.

Tenía aún puesto el reloj de malla negra.

Camilla

1 comentario en “Reflejos

Deja un comentario