Un vestido y algún amor

(Un cuento sobre Marilyn Monroe)

© Alejandro Abate. Mayo 2014.

Marylin

 Williams dio una gran bocanada a su cigarrillo, sacudió las cenizas sobre el costado derecho de la mesita, y mirando al otro hombre que lo acompañaba en el restaurante dijo:

–Recuerdo que ese día, yo la había ido a buscar con el Cadillac blanco modelo cincuenta y nueve. Imagínate: un bote de lado a lado. Otras veces ya la había conducido hasta la Casa Blanca, o hasta esos apartamentos que están detrás del paseo central, en Washington. ¿Sabes de qué edificios te hablo? –preguntó a Foster, el hombre que lo acompañaba.

–Sí, claro que sí. Te refieres a esos que tienen como un boulevard en el medio ¿no? –contestó Foster, fumando también como una chimenea.

– ¡Exactamente esos! Ahí, los Kennedy tenían varios apartamentos amueblados. Al estar entre todos esos jardines, pasaban bastante inadvertidos. Había poca gente merodeando por ahí.

– ¿Cuándo iba contigo en el carro, ella hablaba algo, o se quedaba callada? –inquirió el hombre expulsando humo por los orificios de la nariz.

–No, no era callada para nada…ya sabes. Era bastante locuaz. Le gustaba llamar la atención, siempre. Era una mujer no sólo atractiva por su cuerpo, y sus rasgos finos –Williams hizo una pausa y después continuó:

–No, no era callada ni tampoco tímida, como siempre han dicho las revistas. Para nada. Tenía como un desparpajo especial. ¿Recuerdas que siempre cuando iba de calle, andaba con esos pañuelos atados a su cabeza? Bien. Cuando subía al auto, al principio iba callada, pero ya al andar algunas calles se sacaba el pañuelo, acomodaba su pelo e iniciaba alguna conversación.

– ¿Qué cosas te decía? ¿De qué hablaban? –preguntó Foster, con el cigarrillo humeando entre sus dedos.

–En verdad, la que hablaba era ella más que yo. Me contaba cosas. Le gustaba recordar cuando era aún una niña. Como a veces hacíamos viajes bastante largos, se tomaba su tiempo para ir narrando sus recuerdos: de cuando fue a su primera audición en radio; del hijo de puta del padrastro; de su primer marido; de lo jóvenes que eran ambos al casarse, –Willy movió sus dos manos hacia debajo de la mesa. Aspiró otra vez de su cigarrillo y continuó –claro, también le gustaba coquetear, mostrarse. Sabía manejar sus atractivos. Sin ser una provocadora excesiva, era una mujer que se sentía mirada y deseada, obviamente más por los hombres. No vayas a creer que era muy exuberante –y Williams hizo un gesto de redondez con sus manos sobre su torso –pero tenía lo suyo todo bien formado y en un perfecto equilibrio. ¡Si lo sabré! Y ella sabía mostrarlo. Sabía utilizar esas herramientas de la seducción y la provocación. Con sutileza y sin una pizca de vulgaridad. ¿Comprendes lo que te digo?

–Por supuesto que sí, Willy. ¿Y lo del Madison y el cumpleaños de Kennedy?: ¿Cómo fue? ¿Tú también la llevaste aquel día, no es así?

–Sí, claro, ya te lo he dicho, si salió en todos los diarios. Había como un centenar de fotógrafos. Y muchas expectativas. ¡Vamos! Si todos sabíamos que era una fantochada. Unos días antes, mientras yo llevaba a Marilyn a uno de sus encuentros con el mandamás, ella me lo dijo. Me contó qué era lo que le habían pedido los del Servicio Secreto. Esa estupidez de lo del cumpleaños, cantado por ella, y toda esa sarta de reporteros… Lo hacían todo ex profeso. ¿Tú sabes bien cómo es ese aparato, no es así, Foster?

A Foster, el tipo que fumaba y fumaba, Willy lo conocía desde los comienzos de la Guerra Fría. Se habían hecho compinches, y para Willy, era uno de los contactos que tenía con el grupo de los Servicios de Seguridad de la Agencia de Investigaciones. Eran amigos desde la época de la instrucción con los Marines. Ambos habían estado también en lo de Bahía de Cochinos.

William siguió hablando.

–Lo del vestido ese, se lo habían pedido los agentes directos de Kennedy. Ella me contó que al principio se había negado. A pesar de que era una mujer nada reservada, no le gustaba que le digitaran qué era lo que tenía que hacer. Tú sabes que yo con ella tuve bastante confianza. Y a mí me lo había contado con anterioridad.

– ¿Tanta era la confianza, Willy? ¡Ay, qué tío que eres! –dijo Foster palmeando a Williams.

– ¡Deja de joder, hombre! Ya sabes que no me gusta hablar así. Fue todo una gran canallada. Lo sabes.

–Ok, ok… ¡Cuéntame y déjate de sentimentalismos! –Foster se puso serio y se acomodó en su asiento para seguir escuchando a Willy.

–Ya te he contado, ¿lo recuerdas, no?: ciertas veces, en esos viajes en los que yo transportaba a Marilyn, me pedía que desviara el auto hacia un costado de la ruta bajo alguna arboleda y se pasaba al asiento delantero. Era muy gracioso, pues como puedes calcular, se subía las faldas y pasaba de un asiento a otro, sin ningún tipo de vergüenza o cohibición. ¿Te imaginas por qué? –preguntó Williams.

–Me lo imagino: se le verían todas las bragas ¿no es así? –aventuró Foster.

–No, no. Simplemente porque muchas veces, no llevaba nada abajo. Igual que con el vestido que le hicieron poner para la estupidez esa del Happy Birthday Mr. President, en mayo del sesenta y dos.

– ¿De qué hablaban, entonces? –preguntó Foster con cara de intriga.

–A decir verdad, no siempre hablábamos, pues algunas veces, el que se pasaba al asiento trasero era yo. ¿Me entiendes, zopenco?

–Sí, claro que te entiendo –acotó Foster.

–Bien. Una de esas veces, me contó también que ella no tenía orgasmos.

– ¿Y por qué se le ocurrió contarte eso?, Willy.

–Pues porque ella se dio cuenta que yo me había dado cuenta –dijo Willy, como enojado, como avergonzado. Después calló por un rato. Foster lo conocía, y lo esperaba. Sabía que pronto continuaría con el relato.

–Volvamos a lo del vestido, Willy –lo apuró Foster.

–Ah, sí, ¡lo de vestido ese de mierda! Tú bien sabes que hubo un montón de versiones sobre esa estupidez. Ella la aceptó porque, de alguna manera, era una forma más que tenía de entrar en el juego. Recuerda que también se habló, se dijo por ahí, que ella, Marilyn, había estado enredada con Robert, el hermano menor de los Kennedy. En cierta forma, ella disfrutaba de esas habladurías. Era como una suerte de mofa de su parte: una actriz consagrada, con fama de buscona y todo eso, involucrada con el poder. Y con lo del vestido también pactó, creo que por el mismo motivo. Hazte la idea –Willy buscaba las palabras para hacerse entender, –un vestido con apliques brillantes que le quedaba como pegado al cuerpo, como si estuviese totalmente desnuda, y encima, cantándole al presidente un feliz cumpleaños, ­–hizo un gesto con sus manos –como si fuese una vulgar chupa pitos. Como una drogona pasada de vueltas. Para colmo, casi al finalizar el circo, se le empezaron a descoser las costuras por la parte de atrás, porque realmente le quedaba muy ajustado. Yo no lo estaba viendo en forma directa, pero me contaron los guardaespaldas que andaban cerca de ella, que hasta se le veía la zanja del culo. Y ella: ¡como si le lloviera! ¡Qué mujer!

–Luego de aquello, ¿la volviste a ver? –preguntó Foster. Willy encendió otro cigarrillo, apuró de un solo trago el whisky que aún quedaba en el vaso, y sonriendo, mantuvo la mirada de su amigo por unos largos instantes.

–Sí, la vi varias veces más –dijo por fin.

–La llevé otras veces. Incluso en otra oportunidad, me pidió que la acompañase a uno de esos Moteles en los cuales le gustaba esconderse por uno o dos días. Fue poco tiempo antes de que muriera. Unos meses antes, quizá…Ella ya andaba bastante mal, pero parece que nadie lo notaba.

– ¡Ay… Willy! Eso no me lo habías contado –refunfuño Foster.

– ¿Y qué crees tú? ¡Que todo debo contártelo! –Willy lo dijo más cansado que enojado, y después continuó:

–Pues sí. Todo no te lo he contado, zopenco. Quizá no te haya contado lo más importante…

– ¡Cuéntamelo entonces! –interrumpió Foster.

–Nada, nada. Es que su muerte, me ha dejado un agujero aquí –y Willy apuntó con el dedo índice el centro de su pecho. –Me ha dejado un agujero a través del tiempo. Aunque te parezca trivial o mentira, Foster. Sabes bien cómo soy, ¿no es así?

–Claro, claro, amigo. Te entiendo. ¡Cómo para menos! Marilyn… Marilyn Monroe…–siguió repitiendo Foster, mirando hacia el suelo.

Willy llamó al camarero. Pagó los tragos y parándose, se estiró el saco, le dio una palmada a su amigo en gesto de saludo, y dándose vuelta, empezó a caminar y se alejó entre la gente.

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