Ojos que no ven, corazones que no sienten

Ojos que no ven… corazones que no sienten.

© Alejandro Abate. 2017

Estela estaba sentada cerca de la mesa de la cocina, esperando a que Marcos llegara.
Cuando llegó, le pidió que se sentara y mirándolo fijo a los ojos le dijo que tenían que hablar.

Él le dijo que sí, que enseguida volvía y se sentaba con ella. Estaba todo transpirado por el calor y quería cambiarse.

Estela dijo que estaba bien y que mientras preparaba unos mates.

Cuándo Marcos volvió y se sentó en la otra silla le preguntó de qué quería que hablaran.

Estela le dijo que no se la haga más difícil, y levantando un poco la voz, volvió a decirle que él sabía muy bien de lo que «tenían» que hablar hace un tiempo. Después agregó que para qué iban seguir con este juego?

Marcos la miró por un instante y le preguntó de qué juego estaba hablando. Ubicando la silla más cerca de la de ella, alargó su brazo con la intención de tomarle la mano.

Ella primero hizo el gesto de retirar su cuerpo hacia atrás, pero después cedió y dejó que él le acariciara el antebrazo.

Estela empezó a hablar: le dijo, con palabras pausadas que Marcos los había visto bien. Lo dijo acompañando con un movimiento de manos las palabras que pronunciaba, y agregó que él le había mantenido la mirada durante unos largos instantes antes de salir casi corriendo.

Ella continuó diciendo que tampoco había tanta gente caminado por esa calle, como para que no se diera cuenta de que iban agarrados de la mano. Después agregó que él había puesto cara de sorpresa y que enseguida salió caminando rápido, como si no hubieses visto nada. Como si no los hubieras visto a los dos.

Marcos, con un gesto en la cara de incertidumbre le preguntó de qué hablaba y de quiénes y de qué calle, y le repitió que él no había visto nada, ni a nadie. Luego, intentó otra vez acariciarle la cara y acercarse como para darle un beso en los labios. Al igual que había hecho antes, ella primero apartó la cara, pero después dejó que él posara sus labios sobre los suyos y la besara. El beso duró bastante, hasta que Estela apoyó sus brazos contra los hombros de Marcos, haciendo una leve presión como para separarse.

Cuando se separaron después del beso, ella le dijo que él no quería entender…y que aquello no iba más. Lo dijo alzando la voz otra vez. Después, recomponiéndose, trató de hablar en forma más calma, sin rencor ni culpa, y se refirió a las veces que él intentaba tener sexo con ella y ella lo rechazaba con un sin fin de excusas. Le parecía que si eso no era ya suficiente explicación.

Marcos se quedó mirándola sin evidenciar ninguna sorpresa. Empezó a hablar con voz muy suave. Entonces Estela le pidió que le hablara más alto, que no lo escuchaba bien. Marcos, levantando un poco la voz, dijo que no había ningún problema. Que todo estaba bien… que no importaba. Y argumentó que lo más probable era que ella estuviese pasando una de esas características crisis que a todas las mujeres les toca en algún momento. Y repetía que a todas las parejas en alguna oportunidad les pasa eso.

Resignada, ella se quedó mirándolo un largo rato, como sin entender lo que él decía.

Después se levantó de la silla y caminó unos pasos por la cocina y se puso a acomodar algo en la mesada. Al momento, dándose vuelta le dijo que ella esa noche, también tenía que salir.

Fue hacia el dormitorio y al rato volvió cambiada, con la cartera colgada de su hombro, y dispuesta a salir, se apoyó en el vano de la puerta.

Mirándolo, le dijo que no la esperase despierto, que iba a volver muy tarde. Tenía puesto el vestido negro de falda corta y se había calzado unos zapatos de tacos bastante altos. Marcos la acompañó hasta la puerta de salida y esperó a que ella tomase el ascensor.

No se saludaron.

Al rato, él volvió hacia la cocina, tomó su teléfono móvil que había quedado sobre la mesa y marcó un número. Cuando una voz de mujer atendió del otro lado dijo:

-Ya podés bajar, tenemos un rato largo… -y colgó.

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