Greta y yo

(Una historia sobre perros hilvanada a través de una red social)

Nota del Autor: Me he permitido el atrevimiento de contar esta historia a partir de diálogos con una amiga de Facebook. Por eso el relato de alguna manera le pertenece. Gracias entonces a Victoria E. Martínez.

© Alejandro Abate. Julio/Agosto 2017.

Greta está dormida bajo la parra. A una de sus patas traseras  en un rato más le va a dar el sol y ella se va a correr hacia el costado. Luego, cuando la sombra de la medianera se empiece a proyectar sobre todo el patio, ella se va a estirar y va a seguir soñando. Es casi seguro que está soñando conmigo. Lo noto porque cuando gime durante el sueño, es que está hablando conmigo. De tanto que Mami le ha hablado de mí, ella sueña conmigo más de lo que nadie puede imaginarse. Yo lo miro todo desde arriba. Este es un arriba diferente de las azoteas o de los balcones, pero es así. La única suerte de estar en Tombuctú (*),  es poder ver, saber todo, adivinar y poder escribir en este papel como hacen algunos humanos.

Desde que comenzó a aparecer ese gato desde las terrazas vecinas e instalarse en nuestra casa como si fuera suya, Greta le huye un poco y se viene aquí al patio. El gato ya le tiró dos o tres veces esos arañazos que dan los gatos, desde lejos y haciendo ffffff!

Entiendo perfectamente que el  gato no es que quiera agredirla. Para nada. Sólo está tratando de hacerse un poco de espacio propio: su territorio.  Lo que realmente no puedo saber es por qué a ese gato amarillo y bonito, Mami lo ha bautizado así: “Turrino”. Cuando yo estaba con ellos, vi alguna vez en algún lado que no me puedo acordar, uno de esos carteles que las gentes tienen en sus casas, sobre todo cuando hay nenes. El afiche o cartel, es el de un dibujo de un gato, también amarillo con un letrero que dice Gaturro. Quizá de ahí fue que a Mamá se le ocurrió ese espantoso nombre.

Igual, no es del gato de lo que quería hablar, o contar, o escribir, que más o menos es todo lo mismo. Lo que quiero contar es algo que Greta y yo sabemos. Greta lo sabe porque Mamá se lo debe haber transmitido más de mil veces. Digo transmitido, porque los perros captamos todo lo que los humanos piensan, sienten y sufren. -Lo sé, porque lo sé y se acabó-. Así somos los perros, muertos o vivos. En realidad yo era una perra de raza bastante indefinida. Tenía algo de Collie, de Galgo y de Ovejero. En fin. Lo cierto es que viví muchos años con Mami y Papi.

Greta ahora tendrá tres o cuatro años. Mamá dice que es una Cocker, pero Papá dice que es una mestiza enana y fea. Tiene el pelo renegrido y unos ojos ovalados y algo enrojecidos, y cuando pasa un tiempo sin que la lleven a la peluquería, parece un peluche después de lavarlo, o un pulóver viejo y apelmazado. Igual, para mí, ella es muy bonita y alegre. Cuando era muy cachorra, hacía un montón de líos: rompió varios almohadones, pantuflas, repasadores, libros, y también quiso comerse el borde de una colcha, pero Papá la vio y no hizo falta que ni agarrase la escoba, que Greta corrió y se escondió detrás de la escalera. Es que Papi es más serio que Mamá.

Vuelvo a repetir que Greta y yo nos conocimos por intermedio de todo lo que Mamá -fundamentalmente Mamá- habla  y recuerda de mí. Es seguro que lo del accidente de ella y de mi estado de salud haya sido lo que a Mamá más le haya dolido y por eso es que piensa y habla mucho de mí y de ese largo período en la que estuvo internada y yo estaba aquí en casa, sola y muriéndome. Ya tenía más de catorce años, y mis caderas y mi aparato digestivo no daban más.

Supe del accidente, porque Papi estaba muy mal e iba y venía de la clínica donde estaba Mamá como dos o tres veces por día. Algunas veces vino sólo para darme a mí aquellas pastillas trituradas y asquerosas que mi veterinario le había recomendado y después apenas se cambiaba de ropa volvía al sanatorio otra vez. Papá no es de hablar mucho, pero en esos días, muchas veces hablaba, me hablaba a mí, me contaba y me decía: “Livia… ya va a volver Mamá y todo va a ser como era antes”. Lo cierto es que ya todo no fue como era antes. Cuando Papi se preparaba para salir hacia el sanatorio, me repetía aquello de que no fuese a cometer  la estupidez de morirme estando sola.

Lo cierto es que no era necesario que me dijese nada, pues solamente viéndole la cara, yo me daba cuenta de que algo feo estaba pasando.

Ahora Greta se ha despertado y fue a hacer pis a los canteros. Mamá debe haber salido porque Greta sabe que no tiene que hacer pis ahí. Cuando Mami no está, ella hace lo que quiere. Algunas veces, no espera a que la saquen a pasear y hasta es capaz de hacer caca en la puerta que da al patio. Parecería que lo hiciera a propósito. Después de eso, mira para arriba como buscando mi aprobación, pero yo me hago la desentendida. Así ella se siente un poco más culpable. ¡Hay que reconocer que Greta, es una artista! Le encanta hacerse la burra y si la retan, pone esos ojos para abajo, y por dentro yo se que se está matando de la risa.

Greta vino de muy chiquita, unos meses después de que yo me fuera y Mami volviese  del sanatorio y empezara a caminar otra vez con esos raros bastones.

En realidad yo tendría que contarles cómo fue aquello de que yo esperé a que  Mamá volviese de la clínica para poder irme tranquila. Fue muy difícil porque Papi, me venía diciendo: -Esperá, Livia, esperá que pronto vuelve Mamá.

En ese momento, como no estaba donde estoy ahora, algunas cosas no las entendía del todo por más que fuese perro. No las podía ver desde arriba como las veo ahora. Me sentía mal, dormía mucho y a veces ni me enteraba que venía la tía Lala para darme las pastillas. Me daba cuenta que Mami no estaba en casa, porque cuando arrastrándome un poco, iba hacia su cama, no la veía. Algunas veces Papi dormía en el sillón y yo apoyaba mi hocico en su brazo. Él me acariciaba hasta que los dos nos quedábamos dormidos pensando en Mamá.

Cuando por fin Mami volvió a casa, supe y entendí qué era lo que le había pasado y por qué había estado tanto tiempo fuera de casa. Llegó una mañana en la que yo, si bien me sentía cada vez peor, estaba despierta y la vi entrar por la puerta de calle. Antes, como siempre, percibí su olor, su cercanía; escuché el motor del auto de Papá. Entonces hice un gran esfuerzo, me levanté y fui a recibirla hasta la puerta del living. Ella lloraba y se agarraba de Papi y le decía: “Mirala qué flaquita que está, pobrecita!” Papi le decía que no, que yo estaba mejor, que la estaba esperando. Recuerdo que de la alegría que tenía empecé a mover un poco la cola, y Papá le decía a Mami: “Viste, viste que Livia anda bien”, pero tanto él como yo, sabíamos que eso eran mentiras piadosas, de esas que los humanos arman para disminuir la angustia de los seres que quieren. Aún siendo mascotas.

Cuando Greta sueña (¿o piensa?) todas estas cosas, que entre Mami y yo le fuimos contando, -Mamá hablando, y yo con esa forma especial que tenemos de comunicarnos los animales- hay algunas cosas que quizá ella no llegue a entender aún, porque el tiempo no le ha “pasado”. Siempre supe que eso que los humanos llaman “tiempo”, es lo que a uno le hace entender muchas cosas. Pero ya le llegará el tiempo a ella también. Como a mí y como a tantos otros.

Lo que Greta sí ya ha entendido de perillas es lo del accidente de Mami. Lo sabe porque cuando alguna vez pasan por esa esquina por algún motivo, Greta trata de irse lo más pronto que pueda de esa zona. Intuye o percibe que eso no tiene por qué pasar otra vez, pero igual, tironea de la correa porque se da cuenta que Mami empieza a sentir ese vacío en el estómago.

El hecho fue que un día, Mami salió algo tarde para su trabajo, y se fue casi sin desayunar ni saludarnos ni a mí ni a Papá. Cuando llegó a esa esquina, sintió un ruido de frenadas de neumáticos, unos ruidos de chapas y hierros, y después no sintió nada más hasta que se despertó en la cama de un hospital. Dos vehículos habían chocado en esa esquina, y uno de los autos salió despedido hacia la vereda y la atropelló y la arrastró como tres o cuatro metros. Después vinieron los bomberos, la policía y la ambulancia. Etcétera.

Por intermedio de lo poco que Papi hablaba, supe que hubo personas que pusieron mucha energía para que Mami se repusiera y saliera de ese lugar. Yo no entendía bien lo que él me contaba en ese entonces, pero me habló de cadenas de rezo y oraciones de gente amiga, compañeros: cosas que hacen los humanos. La fuerza de la voluntad hace muchas veces hasta lo imposible, y Mamá finalmente volvió a casa.

Para que este relato tenga algún sentido, ya sea histórico, o lógico, o sensible, lo que falta es que cuente lo que pasó después; cómo fue lo de mi “ida”; qué hicieron Mamá y Papá conmigo, pero siento que debería ahorrarme y ahórrales los detalles de mi partida.

¿Para qué serviría ponernos tristes? Lo bueno es que tanto Mamá y Papá, con Greta, y ahora con el Turrino ese, han vuelto a sonreír y a sentirse mejor. Ellos también se están poniendo más grandes, como yo antes de irme, y son tantas las cosas que pasamos juntos que no vale la pena volver a entristecernos con las nostalgias. Trato de quedarme con todo lo bueno de aquello.

También debería contarles otras historias. No presenté en este pensamiento al gato Ulises: ¿para qué sumar recuerdos?

(¿Continuara?)

(*) Tombuctú / Tombuktu.

Según ejemplifica Paul Auster en su homónima novela donde se cuenta la historia de dos personajes (un perro  y su amigo humano, un vagabundo de New York City), tras la certidumbre de que el fin está próximo para el humano, y con él, la partida hacia el último viaje: una mítica Tombuctú o directamente  Irás y No Volverás, o sea el lugar a donde van a parar los seres humanos y animales tras su muerte.

2 comentarios en “Greta y yo

Deja un comentario