¿Las apariencias engañan?

¿Las apariencias engañan?

© Alejandro Abate, 2014

Sr en slip Siempre fui la misma estúpida, como dice mi madre: de apresurada, no veo las cosas, no me doy cuenta.
No es la primera vez que me pasa, y con Jerry, también me pasó. Algo había intuido desde antes y la historia volvió a repetirse. No me doy cuenta a tiempo. Me enceguezco con la primera impresión y a partir de lo que me imagino desde un comienzo.
Cuando veía ese cartel de publicidad de calzoncillo, día tras día al pasar con en el colectivo quince por Scalbrini Ortiz hacia mi trabajo, al principio, no le daba mucha importancia. Era una publicidad más de calzoncillos: un tipo pintón sentado sobre un sillón, luciendo unos slips de color oscuro con actitud provocativa.
Una vez que el colectivo se detuvo porque había mucho tránsito, mientras miraba por la ventanilla aburrida y con ganas de bajarme, levanté la vista hacia arriba y vi bien el cartel: No podía ser otro que Jerry. El mismo que habíamos conocido en el viaje de egresadas. Jerry. Nos tenía locas a todas, con esos ojos verdes, esa cintura y ese lomo. Durante un tiempo, con Carla lo seguimos viendo y él nos había contado que ya la había pegado con dos publicidades: una de lentes, y la otra para una casa de ropa de hombres. Claro, era muy pintón y entrador el muy turro; pero como repite mi madre, siempre fui una boluda y no me daba cuenta de las cosas.
El día que lo vi bien en el cartel, mientras el colectivo esperaba que el tránsito se abriera un poco, ahí mismo me fijé en los contactos del celular y por suerte lo tenía todavía guardado: Jerry González. No dudé más y lo llamé ahí mismo desde el colectivo. Al principio, cuando empezamos a hablar, parecía que él no se acordaba bien de mí.
Claro, hijo de puta, pensé en ese momento; con la cantidad de minitas que andarían cerca de él con ese laburo que tenía ahora, era poco probable que se acordase de mí, que hacía casi como un año que no nos veíamos. Cuando yo me peleé con Carla por el asunto de lo de mis viejos, de a poco, dejé de encontrarme también con Jerry.
Igual, cuando continuamos hablando, me fui dando cuenta que sí se acordaba.
-¡Te tengo muy presente! -me dijo.
Fue ahí que entré como un caballo en un zaguán. Le conté que lo estaba viendo en la publicidad de los slips y que lo había reconocido enseguida. Él, desde el otro lado del teléfono, se cagaba de risa. Hacía bromas. Me preguntaba si se le notaba mucho el bulto.
-¿Qué tal salgo? -decía.
La cosa es que de alguna forma, ya lo apuré desde esa llamada telefónica. Le dije que sería muy bueno que volviésemos a vernos. Jerry trataba de interrumpirme, pero no le di mucho tiempo a explicarme nada. Casi lo obligué a que nos encontrásemos la próxima noche, cómo y dónde sea.
-Está bien –dijo por fin, y me y me explicó que ahora vivía solo, en uno de los departamentos que tenía su mamá. Como a mí me quedaba cerca del trabajo, le propuse que pasaba por la casa de él, que si quería, después, nos íbamos a tomar algo.
-Como vos quieras –me dijo, y mandándole un beso después cortamos.
La noche siguiente, más que puntual, estaba tocando el timbre de su portero eléctrico. Por suerte, la puerta se abría desde arriba, y no hizo falta que él bajase a abrirme.
Me había puesto fatal. Con la blusa blanca y la mini azulada. Hasta me compré unas medias con ligas negras y me puse la tanga más chiquita que tenía. Obvio: de riguroso negro transparente. También me había ido a depilar. Cuando bajé del taxi en la esquina de su casa, como siempre, los tipos por la calle, se daban vuelta para mirarme, y algunos se mandaban las típicas groserías del caso. Todo eso me dio mucha confianza.
Cuando llegué a su piso y salí del ascensor, Jerry me esperaba en el palier. Lo primero que hice fue zamparle un beso bien cerca de los labios, como para que no le quedara duda. Abrazos, risas y palmeadas.
-¡Estás fantástica, divina! -me dijo mientras me hacía pasar.
Más que en un departamento, Jerry vivía en un loft, pues la cama de dos plazas se veía ni bien pasabas la puerta. Un chiche era su casa. Con almohadones por el piso, adornitos en las bibliotecas, portarretratos, peluches en los sillones. Todo estaba en su lugar, prolijo y acomodado. Hasta tenía dos jarrones con flores naturales y haciendo juego con las cortinas de las ventanas. En las paredes reconocí cuadros de Paul Klee y uno más grande de Picaso.
Enseguida que entré me saqué el tapado, le pedí que preparase unos tragos y me puse a mirar por la ventana. Recordaba bien que Jerry era un gran bromista y desde la Kichinet, mientras mezclaba las bebidas me preguntó en voz alta si me gustaba su casa. Le dije que estaba “divina”, esperando que me hiciera alguna broma por la forma de decir “divina”. En la época en que nos veíamos con más frecuencia, él había adoptado esa calificación para nombrarme, en vez de mi nombre, decía Divvvvina, intensificando la pronunciación de la “v” corta. En aquel entonces, yo siempre le tiraba alguna onda, medio en serio y medio en joda, pero onda al fin.
Como si no hubiese pasado tanto tiempo desde que nos habíamos visto por última vez, enseguida me sentí en confianza. Cuando él trajo los tragos, me había sentado en el sillón, preocupándome para que la mini se me levantara lo más posible. Al rato me saqué los zapatos. Yo me daba cuenta que él hacía como que no se había percatado, pero lo pesqué dos o tres veces mirándome las piernas.
Empecé a preguntarle sobre su trabajo y cómo era eso de modelar para las casas de ropa de hombres. Me contó que el ambiente era muy relajado. Que la pasaba bastante bien y encima ganaba buena guita. Tenía bastante laburo, y por ese motivo había tenido que dejar la facultad. Para ir acortando los tiempos, aproveché para preguntarle si los de la publicidad de calzoncillos, le habían regalado algunos.
-Por supuesto -me dijo -tengo una colección.
Entonces, ahí fue que empecé a apurarme. Estaba excitadísima.
Dejé la copa sobre la mesa ratona y como quién no quiere la cosa, le dije que me iba a sacar la falda para estar más cómoda.
-¡Dale! –dijo sonriendo.
Me paré delante de él, me incliné hacia el costado, y empecé a bajar despacio el cierre de la pollera. De a poco, hice que se deslizara por mis piernas, y de un leve puntapié, la corrí hacia un lado y la dejé tirada en el piso. Jerry me miraba, al principio sonriendo, pero cuando se dio cuenta de mis intenciones, la cara se le fue transformando.
No perdí más tiempo y sin decir agua va, me senté a horcajadas encima de Jerry y comencé a besarlo en la cara, los labios, el cuello. Él hizo un gesto como para que yo parase, pero fue poco enérgico. Ni bien pude, me arrodillé en el piso y a pesar de que él me retenía con las manos, comencé a desabrocharle el cinturón. Entre risas y pequeños gemidos, le pregunté si tenía puestos los slips de la propaganda. No hizo falta que me contestara. Le fui bajando el pantalón hasta las rodillas, y agarrándole el bulto le noté que no era tal y cual como se veía en la publicidad del cartel. Ahí fue que me empecé a dar cuenta de que algo no andaba bien; qué Jerry se había puesto algo tenso. Quise hacerme la superada y le metí la mano por debajo del elástico del slip y ahí, al tocar esa blandura, sentí la primera decepción.
-¿Qué te pasa? -le pregunté intentando practicarle una respiración artificial. Ahí él me detuvo con mayor energía:
-¡Pará, para!, -dijo. -¡Te apuraste mucho, quizá hay algo que debería explicarte! –exclamó con voz más firme y subiéndose el slips y el pantalón en un solo movimiento
– ¿O acaso no te diste cuenta? –siguió en el mismo tono.
Entonces me levanté lo más rápido que pude, me puse la pollera y los zapatos, y dirigiéndome hacia la puerta la abrí y me fui dando un portazo.
Mientras bajaba por el ascensor, me iba repitiendo a mí misma:
-¡Qué boluda que soy! ¡Qué estúpida y boluda que soy!

Deja un comentario